Hoy celebramos la Transfiguración del Señor en el Evangelio de Mateo:
“Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: ‘Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantará aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías’. Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: ‘Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo’. Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos, y tocándolos, les dijo: ‘Levántense, no tengan miedo’. Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: ‘No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos’” (Mateo 17: 1-9).
La moraleja de la historia de la Transfiguración es que los profetas del Antiguo Testamento, representados por Elías, y la ley del Antiguo Testamento, representada por Moisés, se han ido. Ahora, todo lo que necesitamos es a Jesús, quien es el cumplimiento del Antiguo Testamento.