En este quinto domingo de Cuaresma, leemos la historia de una mujer sorprendida en adulterio (Juan 8: 1-11). Para poner a prueba a Jesús, algunos escribas y fariseos se acercaron a Jesús y le preguntaron qué debían hacer. Le recordaron que Moisés prescribió lapidar a tal mujer. La Escritura luego dice que Jesús se inclinó y comenzó a escribir en la arena. La Escritura no dice lo que Jesús escribió en el suelo. Los eruditos de la Biblia, sin embargo, creen que Jesús comenzó a escribir los pecados que los escribas y fariseos habían cometido. Entonces, Jesús se levantó y dijo: “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le arroje la primer piedra” (Juan 8: 7). Luego continuó escribiendo en el suelo. Uno a uno, los que habían acusado a la mujer abandonaron el lugar hasta que sólo quedaron Jesús y la mujer sorprendida en adulterio.
Cuando todos los acusadores se fueron, Jesús le dijo a la mujer que tampoco la acusaría. Él simplemente le dijo que se fuera y no pecara más.
La moraleja de la historia es que antes de juzgar a los demás, debemos recordar que nosotros también somos pecadores. Y como Jesús, debemos ser los primeros en perdonar a los demás, ya que queremos que ellos nos perdonen a nosotros.