En este decimoctavo domingo del Tiempo Ordinario, leemos un pasaje del Evangelio de Juan que se conoce como “El discurso del pan de vida”. La siguiente es la parte principal de este discurso y comienza con Jesús hablando a las personas que lo seguían:
“Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello”. Ellos le preguntaron: “¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?”. Jesús les respondió: “La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado”. Y volvieron a preguntarle: “¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio de comer el pan bajado del Cielo”. Jesús respondió: “Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo”. Ellos le dijeron: “Señor, danos siempre de ese pan”. Jesús les respondió: “Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed” (Juan 6, 27-35).
Durante más de 2100 años, los cristianos católicos han atesorado el mayor regalo que Jesús nos dio: el don de sí mismo en el Santísimo Sacramento.
En la foto de arriba vemos a un grupo de niños y jóvenes de la comunidad Curarén de El Portillo del Viento quienes recibieron su Primera Comunión en la Misa. El nombre de la iglesia de esta comunidad se llama San Antonio de Padua.