En la lectura del Evangelio de hoy de Mateo, leemos una historia asombrosa de cómo Jesús salva a Pedro de un mar de historias. Leemos:
“La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. “Es un fantasma”, dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Pero Jesús les dijo: “Tranquilícense, soy yo; no teman”. Entonces, Pedro le respondió: “Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua”. “Ven”, le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: “Señor, sálvame”. En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”. En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó” (Mateo 14: 24-32).
Aunque nuestra primera reacción a esta historia es preguntarnos si Pedro estaba loco, ¡esa no es la moraleja de la historia! Más bien, como Pedro, a veces le pedimos a Dios que nos diga qué camino seguir. Él nos guía, pero luego, cuando estamos en el camino, entramos en pánico cuando no es fácil navegar. El “camino” puede ser cualquier esfuerzo en la vida, desde algo enorme, como nuestra vocación u ocupación, hasta algo más pequeño, como decidir qué tipo de automóvil comprar. La buena noticia es que Dios está de servicio las veinticuatro horas del día, todos los días.
Un pequeño dicho que encuentro muy útil a veces es este: “Dios no te llevará, a donde Dios no te protegerá”. ¡Bueno saber!