En este Vigésimo Sexto Domingo del Tiempo Ordinario, leemos un mensaje muy profundo de la Carta de San Pablo a los Filipenses:
“Si la exhortación en nombre de Cristo tiene algún valor, si algo vale el consuelo que brota del amor o la comunión en el Espíritu, o la ternura y la compasión, les ruego que hagan perfecta mi alegría, permaneciendo buen unidos. Tengan un mismo amor, un mismo corazón, un mismo pensamiento. No hagan nada por espíritu de discordia o de vanidad, y que la humildad los lleve a estimar a los otros como superiores a ustedes mismos. Que cada uno busque no solamente su propio interés, sino también el de los demás” (Fil 2, 1-4).
Imagínese si todos velaramos por el bienestar de los demás, anteponiendo a los demás a nosotros mismos. ¡Qué mundo sería ese! Jesús a menudo nos pidió que hiciéramos exactamente eso. Por ejemplo, dijo que cuando nos invitan a un banquete, no debemos ocupar un lugar de honor, como en la mesa principal, sino en una mesa más baja, apartada. Asimismo, enseñó a sus discípulos a ser servidores de todos, poniéndose a sí mismos en segundo lugar. Eso es lo que se les pide a los sacerdotes ordenados que hagan. Se nos pide que antepongamos las necesidades de nuestros feligreses a las nuestras.