En este octavo domingo del tiempo ordinario, tenemos dos pasajes de las Escrituras que nos muestran cómo lo que una persona hace y dice refleja lo que hay dentro de esa persona.
En la selección del Evangelio para hoy, por ejemplo, encontramos las palabras de Jesús: “No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos: cada árbol se reconoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas. El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón. El malo saca el mal de maldad, porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Lucas 6, 43-45).
Este pasaje del Evangelio refleja bellamente la selección actual del Antiguo Testamento de Sirach que dice, en parte, “Los frutos de un árbol mostrarán si fue bien cultivado; de igual modo las palabras de un hombre dan a conocer su fondo. No elogies a una persona mientras no se exprese: ésa es la prueba para todo hombre” (Eclesiástico 27: 6-7).
Estos pasajes son muy profundos, porque capturan algo que podemos observar a nuestro alrededor. ¿Alguna vez has conocido a personas que son muy hermosas por fuera, pero tan pronto como comienzan a hablar, se vuelven cada vez más feas? ¡Por supuesto que tú lo has hecho, como yo! Por otro lado, todos hemos tenido la experiencia contraria, conociendo personas que parecen muy normales, pero cuando hablan, brillan por su sencillez, compasión, sentido común, humildad o lo que sea.
Hay mucho sobre lo que reflexionar en estos pasajes de las Escrituras. ¡Hagámoslo!